ERES EL LECTOR NÚMERO...

martes, 26 de abril de 2011

Detectives de 1950

Fuera del coche, la lluvia caía torrencialmente. Tomó un sorbo de café del vaso de plástico y encendió un cigarrillo, subiéndose las solapas de la gabardina pensó que le esperaba otra noche larga. Alzó la mirada hacia las ventanas del tercer piso pero todo estaba oscuro, seguro que aún no había llegado. Se estaba quedando helado, mas le valdría volver más tarde e ir a comer algo. Llevaba tres horas apostado en la calle, y nada. A lo mejor no volvía esa noche. Esbozó una amarga sonrisa, seguro que había salido con el amiguito de turno.
Meneó la cabeza desalentado. A quien se le ocurría enamorarse de una cliente. Recordó el primer día que entró en su mugrienta oficina para contratar sus servicios como detective, le había deslumbrado con su larga melena, su esbelta figura y sus altos tacones. El estaba comiéndose un sándwich cuando su secretaria la hizo entrar,  y en comparación con ella se sintió sucio y vulgar. Después, cuando le explicó el caso mientras exhalaba el humo de sus labios, sujetando el cigarrillo con una mano blanca de largas uñas rojas, ya no tuvo remedio, le atrapó para siempre con su problema y con sus largas pestañas. Ella y su petición, era lo mas excitante que le había surgido investigar en años, así que aceptó. Y ahí estaba, metido en el coche bajo la lluvia desde hace tres horas, con un café frío y un cigarrillo, maldiciendo en silencio su mala suerte. Aquel grito desgarrador le heló la sangre. Su instinto que nunca le fallaba, le dio la certeza de que alguien había sido asesinado en el  tercer piso, de ahí había salido sin duda, el grito de mujer. Salió rápidamente del coche y se lanzó escaleras arriba, mientras el corazón le martilleaba en el pecho. Cuando llegó hasta la puerta la forzó y avanzó con paso decidido, aunque cauteloso, hasta el salón. Cuando llegó allí, delante de sus ojos apareció el escenario de un crimen, muebles volcados, papeles revueltos, la ventana abierta con el visillo ondeando al viento y detrás del sofá, asomando en una especie de macabro saludo, una mano blanca de largas uñas rojas.

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